Algo que me parece muy cómico
y con muy poco sentido, es asegurar que el deporte y la literatura no
congenian. Creo que esas personas que dicen ser amantes de las letras, mientras
desprecian a los amantes de los deportes y los tratan de bárbaros a menos, tienen
menos de literatos que de intolerantes. Yo, personalmente, soy seguidor asiduo
de dos deportes en particular: el fútbol soccer y el boxeo. Si bien es cierto
que no hay miles de libros que traten de estos temas, sí existen algunos
bastante buenos, como el que hoy reseño en este espacio.
Después de buscar y rebuscar,
encontré un ejemplar de Boxing Babylon
en una tienda de libros usados, el cual al parecer, fue descartado por una
biblioteca estadounidense, y en consecuencia, llegó a mis manos en inglés, lo
que hizo su lectura más lenta pero no por ello menos agradable.
En esta obra, Nigel Collins
cuenta varias historias de boxeadores cuyo final fue aciago. Dicho contenido
variopinto, va desde historias como la de Stanley Ketchel, campeón mundial de
peso mediano, quien fue asesinado por un empleado de su granja, pasando por el
suicidio del también campeón mundial de peso mediano Kid McCoy, hasta
boxeadores más reconocidos como Sonny Liston, el hombre al que Mohamed Ali arrebató
su primer título mundial de peso pesado, quien murió por una sobredosis de
drogas. La lista continúa con boxeadores que murieron asesinados, en accidentes
automovilísticos, problemas de drogas y, por supuesto, están también los que
pasaron a mejor vida como consecuencia de sus peleas en el ring.
Yo me la he pasado fenomenal
leyendo esta obra, pero es obvio que para disfrutarla así, se debe gustar de la
“dulce ciencia”, pues de otra manera resultaría una colección de mini biografías
que difícilmente gustaría a un no seguidor de este violento (pero voluntario),
violento (pero hermoso), violento (pero maravilloso) deporte.
Por Luis Fernando Calderón
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