lunes, 5 de mayo de 2014

La Iliada_Homero

Cuando pensamos en la palabra “Troya”, probablemente lo primero que se nos venga a la cabeza sea el ingenioso caballo de madera que acabó con la larga guerra entre aqueos y teucros, o quizá en los idílicos amores de Paris y Helena, que la suscitaron en un principio. Así pues, al aprestarnos a leer la versión íntegra del poema épico de Homero titulado “La Ilíada” (Ilión  = Troya), sería lógico esperar encontrarnos con una concienzuda descripción de dichos sucesos… Craso error.

Para empezar, el hermoso y magnánimo héroe de las versiones cinematográficas, Paris Alejandro, es apenas un personaje secundario dentro del argumento central. Más aún, lejos de ser un héroe, su papel se acerca más bien al de un villano, que con su egoísmo causó la ruina de su pueblo, al robar la mujer de Menelao, hermano de Agamenón Atrida, lo cual por cierto a duras penas se logra descubrir entrelíneas. Paris no es un guerrero valeroso ni hábil en la contienda, sino que se limita a manejar con destreza el arco, con el cual da muerte a unos pocos aqueos de poca monta, en la mísera parte de la pelea en la que ocupa un lugar, puesto que casi todo el tiempo se la pasa escondido tras los muros de la ciudad, mientras Héctor y Eneas deben llevar la carga de la pelea. Helena apenas aparece un par de veces, lamentándose de ser la causa de tal carnicería y llorando a algún ilustre hombre, que ha pasado a ser cadáver por la necedad de Paris. En cuanto al caballo de madera, regalo de los dioses, ni siquiera es mencionado ni una tan sola vez, ya que la historia llega a su final antes de que sea tiempo de tal suceso.

El argumento de La Ilíada se centra en la disputa que tienen el divino Aquileo, hijo de la nereida Tetis, y Agamenón, rey de los aqueos, a causa de una mujer que Agamenón le ha robado a Aquileo, como un capricho por haber tenido que devolver a una mujer “de su propiedad”, por designios de Zeus, quien desea que dicha mujer le sea devuelta a su padre, quien es un sacerdote muy querido por el dios tonante. A raíz de esto, Aquiles se niega a seguir peleando al lado de Agamenón, junto con todas sus tropas, las cuales son las mejores de todo el ejército griego, por lo cual Agamenón se ve obligado a combatir a los troyanos sin contar con dichas fuerzas.

Aún así, los aqueos deberían ser capaces de acabar con los teucros con su superioridad en fuerzas y hombres, puesto que aún cuentan con grandes héroes que combaten en sus filas, entre los cuales destacan el divino Odiseo y los temidos ayantes: Ayante Telamonio y Ayante Oileo. Los teucros, por su parte, cuentan en su ejército con el poder de Héctor, hijo de Príamo, semejante a un Dios, y Eneas, hijo de Afrodita, quienes dan muerte con sus armas a muchos esforzados guerreros del bando rival.

Sin embargo, en el fondo, lo que los hombres hagan importa poco menos que un comino, pues los dioses del Olimpo tienen sus propios planes para la batalla. Tetis le ha pedido a Zeus que traiga la desgracia sobre Agamenón, en venganza por el agravio que le ha hecho a su hijo Aquileo, y por tanto, Jove Cronión se encarga de que los aqueos la pasen muy mal. Si bien es cierto que Zeus es el más antiguo hijo de Cronos y por tanto el más poderoso dios, los otros dioses no han aprendido a respetarlo tal como se debe, y se inmiscuyen en la batalla, tomando parte en su bando favorito, causando que la balanza se incline hacia uno y otro lado, dependiendo de las acciones que éstos tomen. Dioses como Febo Apolo, Afrodita y Ares se ponen del lado de los teucros, mientras Atenea, Poseidón y Hera lo hacen en el bando contrario, causando la ira de Zeus, aunque poco les importa, pues no cesan en su cometido.

Los detalles de la batalla, sus vencedores y perdedores, son cosas que el lector interesado deberá descubrir por sí mismo para no perder el gusto por la sorpresa, si es que aún no sabe quiénes y cómo murieron por los designios del hado funesto.

Un clásico de la literatura universal, muy bueno, plagado de información y riqueza mitológica, que no debe faltar en el historial de lecturas de un lector completo. En contraparte, como muchos clásicos, por momentos puede resultar enredado o hasta aburrido para el lector poco dedicado, o que simplemente busca acción de principio a fin, por lo cual no le sería muy recomendable, así como tampoco para personas que empiezan a leer, en quienes hay que evitar a toda costa proveer de un libro que pueda reforzar el prejuicio de que leer es complicado y poco divertido. En mi opinión, es un libro que se puede apreciar mucho mejor cuando se ha andado varios años ya por el maravilloso mundo de las letras, y se ha aprendido a amarlo en toda su extensión.

Por Luis Fernando Calderón

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