Cuando pensamos en la palabra
“Troya”, probablemente lo primero que se nos venga a la cabeza sea el ingenioso
caballo de madera que acabó con la larga guerra entre aqueos y teucros, o quizá
en los idílicos amores de Paris y Helena, que la suscitaron en un principio.
Así pues, al aprestarnos a leer la versión íntegra del poema épico de Homero
titulado “La Ilíada” (Ilión = Troya),
sería lógico esperar encontrarnos con una concienzuda descripción de dichos
sucesos… Craso error.
Para empezar, el hermoso y magnánimo
héroe de las versiones cinematográficas, Paris Alejandro, es apenas un
personaje secundario dentro del argumento central. Más aún, lejos de ser un
héroe, su papel se acerca más bien al de un villano, que con su egoísmo causó
la ruina de su pueblo, al robar la mujer de Menelao, hermano de Agamenón
Atrida, lo cual por cierto a duras penas se logra descubrir entrelíneas. Paris
no es un guerrero valeroso ni hábil en la contienda, sino que se limita a
manejar con destreza el arco, con el cual da muerte a unos pocos aqueos de poca
monta, en la mísera parte de la pelea en la que ocupa un lugar, puesto que casi
todo el tiempo se la pasa escondido tras los muros de la ciudad, mientras
Héctor y Eneas deben llevar la carga de la pelea. Helena apenas aparece un par
de veces, lamentándose de ser la causa de tal carnicería y llorando a algún
ilustre hombre, que ha pasado a ser cadáver por la necedad de Paris. En cuanto
al caballo de madera, regalo de los dioses, ni siquiera es mencionado ni una
tan sola vez, ya que la historia llega a su final antes de que sea tiempo de
tal suceso.
El argumento de La Ilíada se centra en la disputa que
tienen el divino Aquileo, hijo de la nereida Tetis, y Agamenón, rey de los
aqueos, a causa de una mujer que Agamenón le ha robado a Aquileo, como un
capricho por haber tenido que devolver a una mujer “de su propiedad”, por
designios de Zeus, quien desea que dicha mujer le sea devuelta a su padre,
quien es un sacerdote muy querido por el dios tonante. A raíz de esto, Aquiles
se niega a seguir peleando al lado de Agamenón, junto con todas sus tropas, las
cuales son las mejores de todo el ejército griego, por lo cual Agamenón se ve
obligado a combatir a los troyanos sin contar con dichas fuerzas.
Aún así, los aqueos deberían
ser capaces de acabar con los teucros con su superioridad en fuerzas y hombres,
puesto que aún cuentan con grandes héroes que combaten en sus filas, entre los
cuales destacan el divino Odiseo y los temidos ayantes: Ayante Telamonio y
Ayante Oileo. Los teucros, por su parte, cuentan en su ejército con el poder de
Héctor, hijo de Príamo, semejante a un Dios, y Eneas, hijo de Afrodita, quienes
dan muerte con sus armas a muchos esforzados guerreros del bando rival.
Sin embargo, en el fondo, lo que
los hombres hagan importa poco menos que un comino, pues los dioses del Olimpo
tienen sus propios planes para la batalla. Tetis le ha pedido a Zeus que traiga
la desgracia sobre Agamenón, en venganza por el agravio que le ha hecho a su
hijo Aquileo, y por tanto, Jove Cronión se encarga de que los aqueos la pasen
muy mal. Si bien es cierto que Zeus es el más antiguo hijo de Cronos y por
tanto el más poderoso dios, los otros dioses no han aprendido a respetarlo tal
como se debe, y se inmiscuyen en la batalla, tomando parte en su bando
favorito, causando que la balanza se incline hacia uno y otro lado, dependiendo
de las acciones que éstos tomen. Dioses como Febo Apolo, Afrodita y Ares se
ponen del lado de los teucros, mientras Atenea, Poseidón y Hera lo hacen en el
bando contrario, causando la ira de Zeus, aunque poco les importa, pues no
cesan en su cometido.
Los detalles de la batalla,
sus vencedores y perdedores, son cosas que el lector interesado deberá
descubrir por sí mismo para no perder el gusto por la sorpresa, si es que aún
no sabe quiénes y cómo murieron por los designios del hado funesto.
Un clásico de la literatura
universal, muy bueno, plagado de información y riqueza mitológica, que no debe
faltar en el historial de lecturas de un lector completo. En contraparte, como muchos
clásicos, por momentos puede resultar enredado o hasta aburrido para el lector
poco dedicado, o que simplemente busca acción de principio a fin, por lo cual
no le sería muy recomendable, así como tampoco para personas que empiezan a
leer, en quienes hay que evitar a toda costa proveer de un libro que pueda
reforzar el prejuicio de que leer es complicado y poco divertido. En mi
opinión, es un libro que se puede apreciar mucho mejor cuando se ha andado
varios años ya por el maravilloso mundo de las letras, y se ha aprendido a amarlo
en toda su extensión.
Por Luis Fernando Calderón
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