martes, 20 de mayo de 2014

Estudio en escarlata_Sir Arthur Conan Doyle





Hay algunos nombres en el mundo que son ignorados por muy pocas personas, como lo es el nombre de Sherlock Holmes, el famoso detective que encarna la esencia de la habilidad deductiva y sintética. Estudio en escarlata, es la obra que le dio vida a este pintoresco personaje.

El Dr. Watson se ha mudado a la casa de Sherlock, con la intención de compartir el alquiler, pero pronto se dará cuenta que compartirá mucho más que eso con el detective, cuando se vea sumergido en una aventura sin igual.

El libro se divide en dos partes, de las cuales la primera es justo lo que se espera de la misma: una novela policíaca, donde un asesinato misterioso que los detectives titulares de Scotland Yard se ven imposibilitados de resolver por sí solos, para lo cual recurren al consejo de Sherlock, quien utiliza sus sorprendentes habilidades mentales para hacer las delicias del Dr. Watson, que a cada nuevo descubrimiento lo va respetando y adulando más, hasta convertirse en su fiel seguidor.

En la segunda parte, el libro da un vuelco total, trasladándonos de Londres a América, donde conocemos la historia de un hombre y su hija adoptiva, que por azares del destino, han quedado en medio de una caravana de mormones que van camino a fundar su ciudad en Utah, su tierra prometida. Esta parte del libro contiene una fuerte crítica social y religiosa, que he de confesar que jamás me esperé en este libro, y fue una agradable sorpresa. Dicha historia tiene una estrecha relación con la primera parte del libro, la cual el lector deberá ir descubriendo durante el desarrollo del mismo.

Un bonito libro, no muy largo ni complicado de leer, que además me dio más de lo que esperaba y dejó la puerta abierta para, más adelante, visitar de nuevo las páginas de Sir Arthur Conan Doyle, en busca de una nueva aventura del famoso detective londinense.

Por Luis Fernando Calderón

jueves, 8 de mayo de 2014

Boxing Babylon_Nigel Collins









Algo que me parece muy cómico y con muy poco sentido, es asegurar que el deporte y la literatura no congenian. Creo que esas personas que dicen ser amantes de las letras, mientras desprecian a los amantes de los deportes y los tratan de bárbaros a menos, tienen menos de literatos que de intolerantes. Yo, personalmente, soy seguidor asiduo de dos deportes en particular: el fútbol soccer y el boxeo. Si bien es cierto que no hay miles de libros que traten de estos temas, sí existen algunos bastante buenos, como el que hoy reseño en este espacio.

Después de buscar y rebuscar, encontré un ejemplar de Boxing Babylon en una tienda de libros usados, el cual al parecer, fue descartado por una biblioteca estadounidense, y en consecuencia, llegó a mis manos en inglés, lo que hizo su lectura más lenta pero no por ello menos agradable.

En esta obra, Nigel Collins cuenta varias historias de boxeadores cuyo final fue aciago. Dicho contenido variopinto, va desde historias como la de Stanley Ketchel, campeón mundial de peso mediano, quien fue asesinado por un empleado de su granja, pasando por el suicidio del también campeón mundial de peso mediano Kid McCoy, hasta boxeadores más reconocidos como Sonny Liston, el hombre al que Mohamed Ali arrebató su primer título mundial de peso pesado, quien murió por una sobredosis de drogas. La lista continúa con boxeadores que murieron asesinados, en accidentes automovilísticos, problemas de drogas y, por supuesto, están también los que pasaron a mejor vida como consecuencia de sus peleas en el ring.

Yo me la he pasado fenomenal leyendo esta obra, pero es obvio que para disfrutarla así, se debe gustar de la “dulce ciencia”, pues de otra manera resultaría una colección de mini biografías que difícilmente gustaría a un no seguidor de este violento (pero voluntario), violento (pero hermoso), violento (pero maravilloso) deporte.

Por Luis Fernando Calderón

martes, 6 de mayo de 2014

La ley de los varones_Maurice Druon





Uno de los principales motivos por los que amo la lectura es la obtención de nuevos conocimientos, y para ello, qué podría ser mejor que la novela histórica. En esta ocasión en particular, comentamos el libro número cuatro de la serie Los reyes malditos, de Maurice Druon, una excelente colección de novelas que narra la historia de la nobleza francesa, a partir del reinado de Felipe “El Hermoso”. La anterior entrega, es decir el tercer libro de la serie, finaliza tras la muerte por envenenamiento del rey Luis X “El Obstinado”, a manos de la condesa Mahaut. Debido a que Luis X no tenía hijos varones, inicia una carrera por el trono, que diversas personalidades desean para sí mismos.

En La ley de los varones se desarrolla dicha batalla por el poder, encabezada por el hermano de Luis X, Felipe V “El Largo”, Carlos de Valois, Roberto de Artois y la condesa Mahaut. Además de ellos, hay dos personajes más en el embrollo sucesorio: Juana II de Navarra, fruto del primer matrimonio de Luis X, quien se presume que puede ser bastarda, debido a los amoríos de su madre, y finalmente el hijo aún no nacido que Luis X dejó en el vientre de su segunda esposa Clemencia de Hungría, el cual, de nacer varón, sería el legítimo sucesor al trono de Francia.

Por si eso fuera poco, en el seno de la Iglesia las cosas no van nada bien, ya que el trono del sucesor de Pedro se sigue manteniendo vacío, a pesar de que han pasado ya cerca de dos años desde la muerte del último Papa, Clemente V, sin que los cardenales logren ponerse de acuerdo en la nueva elección.
Como los tres anteriores libros de esta colección, esta obra es muy rica en datos históricos, además de ser tan emocionante e intrigante como cualquier thriller moderno. Una vez más, volteo la contraportada, esperando ávidamente la oportunidad de continuar con esta aventura, cuando sea el turno de iniciar la lectura del quinto libro de la serie: La loba de Francia, el cual espero que sea tan bueno como los demás.

Por Luis Fernando Calderón

El tentador_Felix Martinez


Uno de los flagelos más grandes de nuestra sociedad centroamericana, hoy en día, es la delincuencia de las pandillas juveniles o “maras”. Su crueldad, organización y control total sobre el terror de la gente honrada parecieran no tener límites. Es casi como si una fuerza sobrenatural les concediera su poder.

Esa es la premisa fundamental de este libro del autor hondureño Alberto Martínez. Los demonios caídos han tomado forma humana y vagan por las calles de Honduras, aterrorizando al pueblo, con sus asesinatos, violaciones y demás delitos. En el mundo los conocen como “mareros”, y aunque algunos son simples humanos al servicio del mal, otros son los mismísimos ángeles caídos, que se alimentan del sufrimiento y la sangre de los inocentes.

Con algunas imágenes crudas, no aptas para personas de estómago débil, y otras que pasan más bien por lo metafísico, es éste un libro bastante interesante, que muestra descaradamente a nuestra sociedad sentina, a través de la ficción demoníaca.

Finalmente, queda sólo agregar que la historia se puede disfrutar mucho más si se conoce Honduras, ya que está plagada del ambiente nacional que nos suele sacar aquellas expresiones de: “¡Hey, yo conozco ese lugar!”, las cuales pintan una sonrisa en el complacido lector.

Por Luis Fernando Calderón

La Ensenada Caliban_S.D. Perry

Cuando Shinji Mikami creó la serie Resident Evil (Biohazard en Japón), difícilmente podría haber imaginado que se convertiría en una franquicia multimillonaria de videojuegos, películas, comics, artículos promocionales y, además, libros.

Stephanie Danelle Perry, una experimentada escritora de adaptaciones de esta índole, que incluyen series como Alien y Star Trek, se dio a la tarea de llevar a Resident Evil al mundo de la novela, con bastante buen resultado.

Éste es el segundo libro de la serie, el cual, a diferencia del primero, que está basado en el videojuego Resident Evil 1, es una historia original de Perry, aunque siguiendo el hilo del primer libro. Los sobrevivientes del equipo S.T.A.R.S. implicados en el incidente de la Mansión Spencer, Rebeca Chambers, Brad Vickers, Chris Redfield y Jill Valentine, se reúnen con un miembro de los S.T.A.R.S. de Exeter, David, quien les comparte terribles noticias sobre la corrupción dentro de la dirección de S.T.A.R.S. y lo lejos que ha llegado el brazo de Umbrella dentro de la misma. En sus investigaciones, ha descubierto que Umbrella tiene una instalación secreta en la Ensenada Calibán, a la cual quiere llevar a Receba, junto a varios comandos de su confianza, para obtener pruebas suficientes para denunciar y hundir a la Corporación Umbrella. Sin embargo, lo que les espera en la Ensenada Calibán es mucho más de lo que esperaban, y la búsqueda de pruebas se convierte en una carrera por la supervivencia, entre otras cosas que se irán descubriendo junto con el avance de la trama de la historia.

Al igual que en el primer libro, se agradece que Perry haya mantenido la estética de los videojuegos, haciendo que la novela se asemeje mucho a jugar en tu consola, pero pasando páginas en lugar de presionando botones. Una obra recomendable para los seguidores de esta franquicia, que seguramente no los decepcionará.

Por Luis Fernando Calderón

Un escritor en guerra_ Antony Beevor

Desde hace un par de años para acá, me he obsesionado particularmente con la historia bélica, devorando una serie de libros sobre el tema, escritos por autores muy diversos, desde historiadores hasta memorias de los mismos soldados implicados en los conflictos bélicos. Entre todos estos autores, mi favorito es por mucho Antony Beevor, un maravilloso historiador y ex soldado del ejército británico, galardonado repetidamente por sus excelentes publicaciones. Un escritor en guerra: Vasili Grossman en el Ejército Rojo, es el séptimo de sus libros que llega a mis manos, y al igual que los primeros seis, ha sido un manjar de principio a fin.

En esta obra, Beevor relata los andares del corresponsal de guerra ruso Vasili Grossman, particularmente durante la Segunda Guerra Mundial. Para ello se basa en las notas de campo tomadas por Grossman en sus cuadernos personales, además de artículos publicados para el diario soviético Estrella Roja. Beevor pone especial énfasis en comparar las vivencias de Grossman con las historias y los personajes de sus libros, tales como Por una causa justa, El pueblo es inmortal y, principalmente, su obra maestra Vida y destino, que compara en importancia y calidad a Guerra y Paz de Tolstoi.

En esta reseña no me puedo alargar mucho, puesto que prácticamente sería relatar el avance del Ejército Rojo en los frentes en los que Grossman estuvo presente. Lo básico está dicho y sólo queda recomendar al lector que se sumerja en este libro únicamente si está interesado en la historia bélica en general o al menos en la Segunda Guerra Mundial, porque de lo contrario seguramente le aburriría no solamente este libro, sino cualquiera de los extensos ensayos de Antony Beevor.

Por Luis Fernando Calderón

lunes, 5 de mayo de 2014

Escupire sobre vuestra tumba_Boris Vian


En la Francia de post guerra, mientras los políticos y los militares trataban de levantar a su país de los estragos dejados por los años de ocupación nazi, los artistas pululaban por París, que nunca dejó de ser el centro cultural europeo que tanto la caracterizaba. Saint Germain des Prés era el famoso barrio preferido para sus reuniones, entre las que se contaban nombres como Jean Paul Sartre, Picasso y Simone de Beauvoir. Uno de los regulares anfitriones para sus reuniones intelectuales era el escritor y músico de jazz Boris Vian, elogiado por el mismo Sartre, al menos antes de que Jean Paul se volviese amante de la esposa del pobre Boris.

En medio de estos tiempos agitados, en noviembre de 1946, vio la luz la tercera novela de Vian, titulada Escupiré sobre vuestra tumba, la cual se convirtió inmediatamente en escupidero para los críticos y moralistas, tanto así que primero fue publicada bajo un seudónimo, hasta que pocos meses después Vian tuvo que reconocer su autoría ante la prohibición de su libro, en el cual se inspiró un hombre para asesinar a su mujer. ¿Pero qué podía contener este libro para ser tan peligroso?

La historia se desarrolla en los Estados Unidos, que en ese entonces bullía por las peleas raciales y la defensa de los derechos de las minorías. Lee Anderson, de aspecto anglosajón gracias a su padre sueco pero con sangre negra corriendo en las venas, abandona su ciudad, dejando en ella a su medio hermano Tom, quien se refugia en la religión, para intentar olvidar la discriminación de la que es víctima, y sobre todo, el asesinato de su otro hermano, a manos de racistas blancos. Lee, por su parte, tiene otros planes en mente, dignos de Hamlet y el Conde de Montecristo: venganza.

Para ello se establece en un lejano poblado, donde trabaja como empleado de una librería, en el cual conoce a un grupo de chicos y chicas fáciles, menores de edad, dicho sea de paso, con quienes mantiene relaciones sexuales, además de proveerles de grandes cantidades de alcohol. A través de ellos, conoce también a dos chicas blancas de familia pudiente, extremadamente racistas, a las cuales corteja, al igual que a las demás.

Poco a poco se van atando los hilos de su enfermizo plan de venganza contra los blancos, que se vuelve más ambicioso y complejo con cada página.

El libro, aunque corto, contiene escenas explícitas de sexo, violencia, prostitución, trata de personas, pedofilia, alcoholismo y racismo, entre otros asuntos de dudoso gusto, que lo hicieron ganarse tantas rabias en aquellos años. Hoy en día quizá no sea tan impactante como hace más de medio siglo, pero aún puede ser un poco fuerte para los lectores impresionables.

NOTA: Vale aclarar que no tiene absolutamente nada que ver con la película del mismo nombre, dirigida por Steven R. Monroe y lanzada al cine en el 2010. La coincidencia de los títulos no es más que eso, dicha película no está basada en el libro, y no tienen ni un solo elemento en común.

Por Luis Fernando Calderón

Jerusalen y la Tierra Santa_Enrique Gomez Carrillo

Y en sus ojos se ve que, si hace dos años Jesús no venía aquí,
ahora viene a orar junto al Santo Guardián del Santo Lugar.

A lo largo de casi 200 páginas (219 pág. Editorial Cultura), Enrique Gómez Carrillo nos lleva de la mano a un maravilloso viaje por el Oriente Próximo, partiendo del Líbano hasta llegar a Belén, en una búsqueda de belleza e historia por los lugares considerados sagrados por las más grandes religiones del mundo.

¡Quién fuera Gómez Carrillo para haber disfrutado de aquel viaje en la frontera entre los siglos XIX y XX! En Damasco se pasea como un rey por sus jardines, compadeciéndose por Mahoma, que al pasar por esta ciudad, se limitó a contemplarla de lejos, mientras declaraba que “su paraíso no es de este mundo”, aunque más tarde se lamenta de descubrir una ciudad polvosa y triste, plagada de mercados sucios e indignos de tal lugar. Ve luego reunirse a los peregrinos que se dirigen hacia la Meca, y no sabe si alegrarse o asustarse ante tal fanatismo, como no ha visto igual. Se interna también en Tiberíades, cuyo esplendor de los viejos tiempos del Imperio Romano ha desaparecido, y apenas pueden verse algunas rocas derruidas de lo que se supone que fue el castillo del tristemente célebre Herodes Antipas. 

Visita también Magdala y Capernaum, donde a falta de algo que ver, se distrae divagando sobre los pecados y la pasión de María Magdalena, para luego evocar los pasajes bíblicos donde Jesús recita las bienaventuranzas del buen Dios Padre misericordioso. En Caná es llevado por su cicerone hasta las ruinas donde aseguran que se llevó a cabo la milagrosa boda, lo cual nuestro escritor duda seriamente, al igual que de la mayoría de lugares que visita. Sin embargo, el hecho de que dude de la veracidad histórica de los lugares sagrados, no quiere decir que no respete su significado, que para él es lo que realmente importa.
Continúa, pues, su viaje hacia Jerusalén, más o menos gustoso en distintos lugares, deteniéndose felizmente al llegar a la mágica Nazaret, donde el verbo se hizo carne. Un entusiasta fraile franciscano lo guía a través de la Iglesia de la Anunciación, la cual no le causa muy buena impresión, tras lo cual rechaza su ofrecimiento para seguir visitando más lúgubres templos fríos, trocándolo por un relajado paseo al azar, que lo lleva hasta la Fuente de la Virgen, donde contempla encantado la belleza de las mujeres de Nazaret que llenan sus tinajas en la fuente y charlan alegremente, de la misma manera que, según el autor, debe haberlo hecho María cuando se preparaba para visitar a su amado José en la puerta de su taller. Por la noche se encuentra con que el único hotel del lugar está cerrado en esa época del año, lo cual le permite conocer la hospitalidad de un pobre propietario de un pequeño comedor, que le ofrece su propio colchón de paja, el cual no se ve obligado a usar gracias a la posterior invitación del bajá Hafez, quien lo recibe como a un invitado de honor, dándole una prueba innegable de la famosa hospitalidad oriental.

Sigue adelante hacia la “Ciudad Leprosa”, donde sus sentidos se acongojan ante las antiestéticas escenas que se ve obligado a contemplar, sólo para obtener como premio tener ante sus ojos por unos breves segundos el manuscrito original del Pentateuco, probablemente uno de los escritos más antiguos del mundo.
Finalmente, arriba a Jerusalén, la Jerusalén “que recibe a Jesús entre palmas triunfales, y luego lo crucifica, como un malhechor”. ¿Qué se puede decir de Jerusalén? ¿Qué no se puede callar de Jerusalén? Cualquier intento de descripción que intentara aquí sería pobre. Baste decir que nuestro viajero visita deleitosamente cada lugar sagrado que le permite el tiempo, desde la Tumba de David hasta el Santo Sepulcro, y a lo largo de su viaje observa cómo discurren las peleas entre miembros de distintas religiones, y peor aún, entre miembros de distintas “sectas” de la misma religión. Los cristianos coptos, los latinos y los griegos son los que más ocupan su interés, al ver cómo se disputan cada centímetro de los lugares sagrados, hasta el punto de pelear por la cantidad de lámparas que cada “secta” tendrá derecho a colocar.

Se demora también en una larga disertación acerca del pueblo judío, tan misterioso, fuerte, castigado, discriminado y discriminador, rico, pobre, altanero y humilde, en una palabra tan contradictorio. Se lanza luego al Huerto de Getsemaní, donde evoca al Jesús hombre, no al divino Jesús milagroso e invencible, sino al humano Jesús que sufre el terror de saberse tan cerca de la hora aciaga. Termina después su visita a Jerusalén, por el Camino de la Cruz, en un viacrucis dirigido por religiosos expertos en el asunto.

Pero aún quedan un par de lugares más por visitar. La Betania de Judas y el Jericó de los pecadores odiados por el Señor, no el Dios misericordioso que envía a su hijo para que sea sacrificado por nosotros, sino el Dios vengativo que no soporta que su más amada creación haya convertido su libertad en libertinaje.
Ha sido éste un viaje formidable, mágico y envidiable, como cabría esperar de la tierra llamada Santa por muchos, bañada en sangre por muchos más. Pero como todo tiene un fin, así también esta crónica de mi compatriota Gómez Carrillo llega al suyo, en la bendecida Belén, tierra que acunó al niño Dios. Al igual que la Estrella de Belén dirigió a los Reyes Magos, así también las letras de Carrillo han llevado al lector a lo largo de esta travesía santa. ¿Santa? ¡Sí, claro que Santa! ¿Acaso no se dice que Dios puede estar donde sea que la fe esté, llámese Jehová, Alá o cualquier otro mote particular? Entonces… ¿Por qué no habría de estar también en las páginas de un libro que describe la belleza de lugares sagrados que muchos quizá jamás tendremos la oportunidad de visitar?

Luis Fernando Calderón

La Iliada_Homero

Cuando pensamos en la palabra “Troya”, probablemente lo primero que se nos venga a la cabeza sea el ingenioso caballo de madera que acabó con la larga guerra entre aqueos y teucros, o quizá en los idílicos amores de Paris y Helena, que la suscitaron en un principio. Así pues, al aprestarnos a leer la versión íntegra del poema épico de Homero titulado “La Ilíada” (Ilión  = Troya), sería lógico esperar encontrarnos con una concienzuda descripción de dichos sucesos… Craso error.

Para empezar, el hermoso y magnánimo héroe de las versiones cinematográficas, Paris Alejandro, es apenas un personaje secundario dentro del argumento central. Más aún, lejos de ser un héroe, su papel se acerca más bien al de un villano, que con su egoísmo causó la ruina de su pueblo, al robar la mujer de Menelao, hermano de Agamenón Atrida, lo cual por cierto a duras penas se logra descubrir entrelíneas. Paris no es un guerrero valeroso ni hábil en la contienda, sino que se limita a manejar con destreza el arco, con el cual da muerte a unos pocos aqueos de poca monta, en la mísera parte de la pelea en la que ocupa un lugar, puesto que casi todo el tiempo se la pasa escondido tras los muros de la ciudad, mientras Héctor y Eneas deben llevar la carga de la pelea. Helena apenas aparece un par de veces, lamentándose de ser la causa de tal carnicería y llorando a algún ilustre hombre, que ha pasado a ser cadáver por la necedad de Paris. En cuanto al caballo de madera, regalo de los dioses, ni siquiera es mencionado ni una tan sola vez, ya que la historia llega a su final antes de que sea tiempo de tal suceso.

El argumento de La Ilíada se centra en la disputa que tienen el divino Aquileo, hijo de la nereida Tetis, y Agamenón, rey de los aqueos, a causa de una mujer que Agamenón le ha robado a Aquileo, como un capricho por haber tenido que devolver a una mujer “de su propiedad”, por designios de Zeus, quien desea que dicha mujer le sea devuelta a su padre, quien es un sacerdote muy querido por el dios tonante. A raíz de esto, Aquiles se niega a seguir peleando al lado de Agamenón, junto con todas sus tropas, las cuales son las mejores de todo el ejército griego, por lo cual Agamenón se ve obligado a combatir a los troyanos sin contar con dichas fuerzas.

Aún así, los aqueos deberían ser capaces de acabar con los teucros con su superioridad en fuerzas y hombres, puesto que aún cuentan con grandes héroes que combaten en sus filas, entre los cuales destacan el divino Odiseo y los temidos ayantes: Ayante Telamonio y Ayante Oileo. Los teucros, por su parte, cuentan en su ejército con el poder de Héctor, hijo de Príamo, semejante a un Dios, y Eneas, hijo de Afrodita, quienes dan muerte con sus armas a muchos esforzados guerreros del bando rival.

Sin embargo, en el fondo, lo que los hombres hagan importa poco menos que un comino, pues los dioses del Olimpo tienen sus propios planes para la batalla. Tetis le ha pedido a Zeus que traiga la desgracia sobre Agamenón, en venganza por el agravio que le ha hecho a su hijo Aquileo, y por tanto, Jove Cronión se encarga de que los aqueos la pasen muy mal. Si bien es cierto que Zeus es el más antiguo hijo de Cronos y por tanto el más poderoso dios, los otros dioses no han aprendido a respetarlo tal como se debe, y se inmiscuyen en la batalla, tomando parte en su bando favorito, causando que la balanza se incline hacia uno y otro lado, dependiendo de las acciones que éstos tomen. Dioses como Febo Apolo, Afrodita y Ares se ponen del lado de los teucros, mientras Atenea, Poseidón y Hera lo hacen en el bando contrario, causando la ira de Zeus, aunque poco les importa, pues no cesan en su cometido.

Los detalles de la batalla, sus vencedores y perdedores, son cosas que el lector interesado deberá descubrir por sí mismo para no perder el gusto por la sorpresa, si es que aún no sabe quiénes y cómo murieron por los designios del hado funesto.

Un clásico de la literatura universal, muy bueno, plagado de información y riqueza mitológica, que no debe faltar en el historial de lecturas de un lector completo. En contraparte, como muchos clásicos, por momentos puede resultar enredado o hasta aburrido para el lector poco dedicado, o que simplemente busca acción de principio a fin, por lo cual no le sería muy recomendable, así como tampoco para personas que empiezan a leer, en quienes hay que evitar a toda costa proveer de un libro que pueda reforzar el prejuicio de que leer es complicado y poco divertido. En mi opinión, es un libro que se puede apreciar mucho mejor cuando se ha andado varios años ya por el maravilloso mundo de las letras, y se ha aprendido a amarlo en toda su extensión.

Por Luis Fernando Calderón