Hay tanto que
decir y tan poco que escribir, porque las palabras son pobres y los hechos
ricos, y las páginas desnudas se avergüenzan al ser vestidas por estas letras
que no alcanzan a reproducir ni una ínfima parte de lo que en realidad siento.
No creáis por
favor, que el prolongado tiempo que paso sin escribir más crónicas se debe a
malos días o malos viajes, sino todo lo contrario. Mi estadía en Las Tierras
Victhorianas es cada vez mejor, y pareciese como si la felicidad no tuviera
límite. Por cierto, ya no puedo llamarle a estos escritos crónicas de viaje,
pues dejó de serlo hace ya algún tiempo. Aquí estoy establecido y aquí me
quedaré, este es mi nuevo hogar que compartiré eternamente con Su Majestad,
hasta que mis huesos se descalcifiquen y la queratina de mis uñas y cabello se
degrade naturalmente por acción del sol y el tiempo, de los elementos a los que
mi cuerpo siempre ha estado expuesto, pero que hasta ahora tienen una función
real: recordarme que el tiempo pasa y que cada segundo lejos ti es tiempo
perdido que pasa sin pasar porque solo a tu lado los relojes corren hacia un
destino y cada centímetro que nos distanciamos los hace vagar sin rumbo fijo.
El lector
notará que a veces hablo de Su Majestad en tercera persona, y en otras
ocasiones será una conversación directa contigo amada mía, dulce, dulce amada
mía. Serán tus ojos eclécticos los que unan cada palabra y les den sentido,
mientras en el acantilado de tus oídos reverberan mis palabras cuando mis
labios las deslizan vertiginosamente sin derrumbar montañas ni proferir
rugidos, simplemente se deslizan y entre tus orejas se enroscan y se eclipsan y
encuentran su camino.
Hay tanto que
decir y tan poco que escribir, quizá es más útil dibujar con la crayola de mis
labios un paraíso de besos sobre el lienzo que tejes con cada uno de tus pasos.
Hay tanto que decir y tan poco que escribir, por eso me dedico a tatuar tu
cuerpo al recorrerlo con mis manos, mientras tú esculpes mi alegría con el
cincel de tus abrazos. Nuestros cuerpos son un crucigrama, que resolvemos y
admiramos, redefinimos y de nuevo solucionamos; una piel cuadriculada donde
amor, pasión y celos se entrecruzan y pelean y se abrazan y se aman y se besan
y se celan y se vuelven a entrecruzar.
Hay tanto que
decir y tan poco que escribir, y entonces recurrimos a otras formas de explorar
nuestros sentimientos. Las radiografías de mi alma revelan una ciudad repleta
de conejos saltarines que cada vez que estamos juntos salen de sus madrigueras
para danzar al son de los violines de melodías victhorianas. La resonancia de
mis huesos que se entrechocan al compás de mis temblores al tocarnos, codifica claves
milicianas que difunden los mensajes de nuestros cuerpos combatientes.
Para escribir
nuestro amor en la arena no alcanzarían todas las playas y desiertos, y no
bastarían los siete mares para contener las infinitas botellas con nuestros
mensajes navegantes.
Hay tanto que
decir y tan poco que escribir, y sin importar cuánto escriba mis palabras
siempre serán infinitesimalmente pequeñas comparadas con mi amor por ti.
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