miércoles, 4 de junio de 2014

Las Tierras Victhorianas-Capítulo II



Lo he comprobado personalmente, y con total seguridad puedo afirmar que las leyendas de Su Majestad son ciertas y aún se quedan cortas con la realidad.

Su Majestad tiene el equilibrio perfecto, es dulce a la vez que fuerte, sin empalagar y sin destrozar; es inteligente y culta, sencilla y agradable, y con un toque de orgullo y dignidad justos para su nobleza.

Es una Sonata de Bethoveen, un Claro de Luna en tres movimientos perfectos, que se repiten perpetuamente siendo cada vez distintos. Su Majestad es sinfonía, clave de sol que presagia las mejores melodías. Heredera de las notas de Hamelin, una fantasía de los Hermanos Grimm. Un personaje nunca visto en cuentos de hadas, la eterna imagen en el espejo de Blancanieves, guardiana y portadora de la espada Vórpica.

Su Majestad tiene una forma particular de hablar, su rostro dibuja gestos indescifrables y su voz resuena armoniosamente trazando pentagramas en el viento. Su mirada esquiva es difícil de contemplar, sus ojos son un tesoro que misteriosamente ve siempre al frente, salvo en fugaces ocasiones en las que te voltea a ver, y es solo entonces cuando se pueden contemplar en plenitud; son esos efímeros momentos los que hay que aprovechar para grabar esa mirada y recordarla largo tiempo, para guardarla en la memoria y traerla al presente cuando se necesita una imagen victhoriosa.

Una de sus mayores virtudes es su sinceridad. Sus palabras inspiran confianza, sus juicios duros apuntan al progreso, a no vivir engañado con falsas palabras de lenguas bífidas. Ella dice lo que piensa así sea bueno o malo, y eso hace que cuando expresa un juicio bueno, éste valga un millón de veces más que el de cualquier persona que se guarda los malos juicios.

Su Majestad es diferente a otras reinas, es la reina suprema, el absoluto poder inigualable de las Tierras Victhorianas. Ella no es moda ni publicidad, no es llevada por la corriente. Es su propia corriente, un poderoso caudal que arrastra cuanto obstáculo se oponga en su cauce.

Realmente es mucho más de lo que en estas pobres líneas puedo escribir, mucho más de lo que estas limitadas palabras pueden expresar. Me avergüenza pretender describirla con simples palabras, pero el intento es sincero, es algo que ella misma deberá entender mejor que yo, pues estas líneas y palabras, aunque leídas por muchos o por pocos, por unos cuantos lectores o por un mundo entero, solo tendrán completo sentido para sus ojos y aunque muchos acariciaran el papel, sólo a ella pertenece la tinta de estas páginas.

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