martes, 17 de junio de 2014

Las Tierras Victhorianas - Capítulo IV



Hay tanto que decir y tan poco que escribir, porque las palabras son pobres y los hechos ricos, y las páginas desnudas se avergüenzan al ser vestidas por estas letras que no alcanzan a reproducir ni una ínfima parte de lo que en realidad siento.

No creáis por favor, que el prolongado tiempo que paso sin escribir más crónicas se debe a malos días o malos viajes, sino todo lo contrario. Mi estadía en Las Tierras Victhorianas es cada vez mejor, y pareciese como si la felicidad no tuviera límite. Por cierto, ya no puedo llamarle a estos escritos crónicas de viaje, pues dejó de serlo hace ya algún tiempo. Aquí estoy establecido y aquí me quedaré, este es mi nuevo hogar que compartiré eternamente con Su Majestad, hasta que mis huesos se descalcifiquen y la queratina de mis uñas y cabello se degrade naturalmente por acción del sol y el tiempo, de los elementos a los que mi cuerpo siempre ha estado expuesto, pero que hasta ahora tienen una función real: recordarme que el tiempo pasa y que cada segundo lejos ti es tiempo perdido que pasa sin pasar porque solo a tu lado los relojes corren hacia un destino y cada centímetro que nos distanciamos los hace vagar sin rumbo fijo.

El lector notará que a veces hablo de Su Majestad en tercera persona, y en otras ocasiones será una conversación directa contigo amada mía, dulce, dulce amada mía. Serán tus ojos eclécticos los que unan cada palabra y les den sentido, mientras en el acantilado de tus oídos reverberan mis palabras cuando mis labios las deslizan vertiginosamente sin derrumbar montañas ni proferir rugidos, simplemente se deslizan y entre tus orejas se enroscan y se eclipsan y encuentran su camino.

Hay tanto que decir y tan poco que escribir, quizá es más útil dibujar con la crayola de mis labios un paraíso de besos sobre el lienzo que tejes con cada uno de tus pasos. Hay tanto que decir y tan poco que escribir, por eso me dedico a tatuar tu cuerpo al recorrerlo con mis manos, mientras tú esculpes mi alegría con el cincel de tus abrazos. Nuestros cuerpos son un crucigrama, que resolvemos y admiramos, redefinimos y de nuevo solucionamos; una piel cuadriculada donde amor, pasión y celos se entrecruzan y pelean y se abrazan y se aman y se besan y se celan y se vuelven a entrecruzar.

Hay tanto que decir y tan poco que escribir, y entonces recurrimos a otras formas de explorar nuestros sentimientos. Las radiografías de mi alma revelan una ciudad repleta de conejos saltarines que cada vez que estamos juntos salen de sus madrigueras para danzar al son de los violines de melodías victhorianas. La resonancia de mis huesos que se entrechocan al compás de mis temblores al tocarnos, codifica claves milicianas que difunden los mensajes de nuestros cuerpos combatientes.

Para escribir nuestro amor en la arena no alcanzarían todas las playas y desiertos, y no bastarían los siete mares para contener las infinitas botellas con nuestros mensajes navegantes.

Hay tanto que decir y tan poco que escribir, y sin importar cuánto escriba mis palabras siempre serán infinitesimalmente pequeñas comparadas con mi amor por ti.

El vampiro_Froylan Turcios





Aunque nacido en Honduras, el escritor centroamericano Froylán Turcios vivió por mucho tiempo en la vecina Guatemala, la cual lo cautivó profundamente, como se evidencia en buena parte de su obra literaria. Así pues, “El Vampiro” se desarrolla en la Antigua Guatemala, ciudad colonial que ha hecho las delicias de los escritores románticos.

Lejos de lo que su título pudiera insinuar, no se trata de una novela de terror, sino más bien romántica, salpicada con un toque de misterio. El personaje principal es un niño que crece en su casa de la Antigua, junto a su madre y una prima, de la cual está perdidamente enamorado. Se llevan muy bien desde siempre y son inseparables. Comparten el amor por la música, ella canta y él toca el piano, adoran la literatura y los paseos por los jardines. Su madre, una mujer muy religiosa, gusta de invitar a casa a varios hombres de Dios, especialmente a un sacerdote que nuestro héroe odia a muerte, y que además está demasiado interesada en su prima.

Se habla mucho de un abuelo del muchacho, quien fue todo un personaje y que, presumiblemente, murió en África, devorado por un león, dejando toda su fortuna a sus herederos, con la única condición de que su habitación se mantuviese bajo llave y jamás fuera abierta. Al parecer, el padre del muchacho no cumplió la promesa, y tras haber visto el interior de la habitación prohibida, murió aquejado de locura, por lo cual su esposa quedó viuda.

El niño va creciendo y, conforme su cuerpo aumenta su tamaña, también lo hace su amor por su prima, dedicándole prácticamente su vida entera. En el trayecto, descubrirán una serie de misterios, que tienen a su abuelo y al sacerdote odiado en el centro de todo.

Por Luis Fernando Calderón

martes, 10 de junio de 2014

Las Tierras Victhorianas-Capítulo III



Andar por las Tierras Victhorianas es un constante descubrimiento, una escuela de vida, un Cambridge para el alma. El aprendizaje empieza desde el primer contacto y continúa eternamente, como la vida de Su Majestad, inmortal reina y rectora de estas tierras.

He aprendido que puedo tartamudear cuando hablo con ella, repetir las cosas varias veces y temblar un poco. Aprendí que estar siempre solo no es tan bueno como lo pensaba antes de conocerla. Sigo prefiriendo la soledad a la compañía cualquiera, eso es cierto, pero no hay nada mejor que estar en compañía de Su Majestad. Aprendí a sentirme vacío cuando ella no está, y a llenar ese espacio con su recuerdo, a saborear cada imagen y cada escena, a seleccionar las conversaciones más interesantes y de ellas extraer los mejores momentos, los más divertidos, los más profundos, los más bellos; y al final siempre me doy cuenta de que todos los momentos hablando con ella, califican para estar entre los mejores.

Aprendí a modificar el tiempo normal, como cuando tengo apenas ocho o diez horas de no hablar con ella, pero para mí son siglos enteros. También ahora sé que el tiempo puede detenerse, aunque ella no me crea, y no hace falta estar en una máquina de fantasía para conseguirlo, sino que puede suceder en cualquier parte, como en un pasillo de cine, por ejemplo.

Ahora sé que se puede sentir cosas imposibles de describir, que los sentimientos son mucho más de lo que dicen los libros y la voz popular.

He aprendido a potenciar mi imaginación y construir mentalmente las historias de Su Majestad. Por ejemplo, puedo verla comiendo pizza en una gasolinera, celebrando el cumpleaños de su mejor amiga, poniendo en su lugar a un maestro abusivo, lavando el traje real con el que va cada día al Centro de Capacitación del reino o bien leyendo un libro de Patrick Süskind o de Anne Rice. Imagino los detalles, y todos mis sentidos participan en ello. Escucho su voz bajita y como susurrando cuando acaba de despertarse, evoco el aroma de su perfume que me ha embriagado cuando he tenido el honor de estar cerca de ella, saboreo el licuado que bebimos juntos y que por error fue de una fruta equivocada, veo sus ojos y su cabello, y siento la bendición del tacto de sus labios.

Aprendí a ver hacia atrás y analizar los eventos que han hecho girar mi vida, para darme cuenta que cada paso que he dado me ha traído hasta aquí, donde hoy soy tan feliz. Si en algún momento a lo largo de mi vida hubiese tomado el camino de la derecha en vez del de la izquierda, si hubiese cambiado mis decisiones, hoy no estaría aquí y jamás hubiera conocido a la razón de estas páginas. Así pues, aprendí que todas las decisiones importantes  de mi vida han sido las correctas, porque me permitieron llegar a las Tierras Victhorianas.

Hay tantas cosas nuevas, tantos misterios que recién ahora descubro, un mundo entero de posibilidades. Son tantas cosas las que he aprendido y estoy seguro que aún falta mucho más. Por lo pronto, seguiré saboreando las enseñanzas de Su Majestad.

miércoles, 4 de junio de 2014

Las Tierras Victhorianas-Capítulo II



Lo he comprobado personalmente, y con total seguridad puedo afirmar que las leyendas de Su Majestad son ciertas y aún se quedan cortas con la realidad.

Su Majestad tiene el equilibrio perfecto, es dulce a la vez que fuerte, sin empalagar y sin destrozar; es inteligente y culta, sencilla y agradable, y con un toque de orgullo y dignidad justos para su nobleza.

Es una Sonata de Bethoveen, un Claro de Luna en tres movimientos perfectos, que se repiten perpetuamente siendo cada vez distintos. Su Majestad es sinfonía, clave de sol que presagia las mejores melodías. Heredera de las notas de Hamelin, una fantasía de los Hermanos Grimm. Un personaje nunca visto en cuentos de hadas, la eterna imagen en el espejo de Blancanieves, guardiana y portadora de la espada Vórpica.

Su Majestad tiene una forma particular de hablar, su rostro dibuja gestos indescifrables y su voz resuena armoniosamente trazando pentagramas en el viento. Su mirada esquiva es difícil de contemplar, sus ojos son un tesoro que misteriosamente ve siempre al frente, salvo en fugaces ocasiones en las que te voltea a ver, y es solo entonces cuando se pueden contemplar en plenitud; son esos efímeros momentos los que hay que aprovechar para grabar esa mirada y recordarla largo tiempo, para guardarla en la memoria y traerla al presente cuando se necesita una imagen victhoriosa.

Una de sus mayores virtudes es su sinceridad. Sus palabras inspiran confianza, sus juicios duros apuntan al progreso, a no vivir engañado con falsas palabras de lenguas bífidas. Ella dice lo que piensa así sea bueno o malo, y eso hace que cuando expresa un juicio bueno, éste valga un millón de veces más que el de cualquier persona que se guarda los malos juicios.

Su Majestad es diferente a otras reinas, es la reina suprema, el absoluto poder inigualable de las Tierras Victhorianas. Ella no es moda ni publicidad, no es llevada por la corriente. Es su propia corriente, un poderoso caudal que arrastra cuanto obstáculo se oponga en su cauce.

Realmente es mucho más de lo que en estas pobres líneas puedo escribir, mucho más de lo que estas limitadas palabras pueden expresar. Me avergüenza pretender describirla con simples palabras, pero el intento es sincero, es algo que ella misma deberá entender mejor que yo, pues estas líneas y palabras, aunque leídas por muchos o por pocos, por unos cuantos lectores o por un mundo entero, solo tendrán completo sentido para sus ojos y aunque muchos acariciaran el papel, sólo a ella pertenece la tinta de estas páginas.

lunes, 2 de junio de 2014

El cero y el infinito - Arthur Koestler





Hay ciertos tópicos comunes que suelen dar cabida al nacimiento de grandes libros sobre el tema. Entre otros, uno de estos tópicos que en lo personal me llama mucho la atención, es el comunismo soviético. Así, he podido disfrutar desde libros como 1984 y Rebelión en la granja de Orwell, pasando por La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, hasta Vida y destino de Vasili Grossman. Esta vez fue el turno de Arthur Koestler, con El cero y el infinito.

Rubashov es un antiguo comisario del pueblo, que peleó codo a codo por la revolución rusa y llegó a ser incluso un héroe soviético, reconocido por el mismo “Número Uno” (a sabiendas, Stalin). Durante su vida al servicio del gobierno rojo, ha hecho todo lo necesario para favorecer al Partido y su causa, aún si eso implica traicionar a sus amigos más cercanos o incluso a los seres amados. Sin embargo, con el paso del tiempo, han empezado a surgir dudas en él, pequeñas dudas nada más, pero lo suficientemente importantes para que otros representantes del terror rojo se interesen en él y lo lleguen a considerar un enemigo del partido y del pueblo.

Así pues, la novela transcurre durante el encierro de Rubashov, quien es interrogado y torturado psicológicamente, en un afán de conseguir su confesión acerca de todos los actos que ha cometido en contra de su nación.

Es un excelente trabajo que muestra la decepción de un hombre traicionado por sus propios ideales, quien se convierte en un perfecto ejemplo del viejo adagio: el que a hierro mata, a hierro muere.

Por Luis Fernando Calderón