martes, 10 de febrero de 2015

El juego de los abalorios_Herman Hesse



Herman Hesse es probablemente mi escritor favorito en el mundo entero. He encontrado innumerables horas de placer entre las páginas de libros como El lobo estepario, Ruta interior o Bajo la rueda. Sin embargo, también he tenido ciertos altibajos, en libros que me han decepcionado, como Siddhartha. En esta ocasión, el noveno libro de Herman Hesse que llegó a mis manos, no fue ni tan decepcionante, ni tan maravilloso, y no alcanzó tampoco el gusto de libros como Demian o Peter Camenzind; no fue lo mejor que podía ser, tratándose de Hesse, pero tampoco una completa pérdida de tiempo.

La novela narra la vida de Josef Knecht, un presunto personaje importante en la historia de Castalia, una institución ficticia muy respetada y poderosa, que se dedica a las artes y a las ciencias, y por supuesto, al Juego de Abalorios, una complicada especie de juego que requiere gran destreza mental, y que jamás es realmente explicado en la novela. Es hasta cierto punto una ucronía, puesto que el mundo en el que se desarrolla ha pasado por un período de grandes guerras, tras las cuales ha encontrado la paz absoluta, y Castalia representa dicho nuevo mundo de paz.

La vida de Knecht tiene en su primera parte mucho que ver con el tópico recurrente de Hesse de los estudiantes y su desarrollo intelectual en instituciones tipo internado, seguida por otro tópico de Hesse de los discípulos de gente sabia y respetable. El libro es rematado con la vida adulta del hombre que ha terminado sus estudios para llegar a ocupar un puesto importante en la vida, y un final abrupto basado en una especie de leyenda oral.

Una vez terminada la novela central, se agrega un apéndice que dice ser tres escritos de Knecht, encontrados en los archivos de Castalia, que son realmente tres cuentos ubicados en distintos escenarios y épocas históricas, que en lo personal fueron lo que más me gustó del libro: un subidón de calidad, al estilo Hesse que tanto he amado, aunque fuese alcanzado ya en la última parte de esta obra.

Por Luis Fernando Calderón

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