¡Ah, qué
historia tan maravillosa! Aunque la importancia de esta historia radica en que
es una forma de expresarte mi amor, amada mía, a veces me gusta imaginar que
alguien más la lee, decenas, cientos y por qué no, miles de personas se
deleitan en estas letras y envidian el amor que nos tenemos. Ocho meses pasan
ya y el viento del sur augura ochenta años más, ochocientos siglos juntos, un
infinito para nuestras almas lado a lado.
¡Cuántas
cosas hemos pasado en este tiempo!
Tardes de amor envueltas en pasión y coronadas por el horrible momento
de tener que separarnos cuando el reloj apremia. Noches enteras junto al
teléfono, contándonos mil y una cosas, o simplemente escuchándonos respirar.
Risas y carcajadas a costa de los no tan bien dotados seres del reino, bromas
finas y originales, que sólo tú y yo podríamos entender. ¡Cuántas resistencias
hemos tirado al piso, cuántos farsantes desenmascarado y cuánta ignorancia
hemos puesto en evidencia!
Somos
superiores, mi cielo, y eso hemos de aceptarlo por muy vanidoso y arrogante que
sea. Ocho largos meses junto a ti me han
convencido de que la gente superior sí existe, y entre ellos, tú eres la mejor.
A veces,
quisiera detallarte hasta en lo más mínimo, describir cada una de tus
maravillas, pero las que he visto en este tiempo son tantas y sobre todo tan
grandes, que pretender describirlas sería una tarea titánica e imposible, y
limitarme a listarlas sería un pecado impío. Sin embargo, intentarlo es bello,
siempre lo intento ¿no es así? ¿Cómo no intentar poner en palabras algo que
tanto amo y admiro? ¿Cómo no decir que tus cabellos son finos y hermosos cual
poder de Sansón, o que tus ojos son mágicos y petrificadores cual don de
Medusa? ¿Es que acaso hay alguien que pueda verse en tus ojos y no quedar
congelado y prendado para siempre de tus encantos inigualables?
Sabes,
princesa mía, me convertiría en sal solamente por voltear a verte una vez más,
si ese fuera mi castigo, y cuando la gente viera mi estatua salitrosa sabrían
que fue por amor, el más grande e increíble que jamás haya existido, y si te
conocieran, nadie dudaría en que hice lo correcto. Con gusto relevaría a Sísifo
de su condena, si supiera que en la cumbre de la montaña estás tú y mi premio
por cada vez que llego hasta allí sería un beso de tus labios, aunque
irremediablemente tuviera que volver al principio y de nuevo subir cargando
aquella pesada piedra que los dioses pusieron sobre su espalda. Por ti
liberaría a Andrómeda de sus cadenas y me ahogaría en el océano de tu saliva,
atrapado por siempre por el metal de tus abrazos. Cubriría mi rostro con una
máscara de hierro si por dentro llevara tu fotografía, guardaría en un
frasquito todos los aromas de los Jardines de Babilonia, derrumbaría las
Pirámides de Giza y enfrentaría el juicio inclemente de Osiris, siendo arrojado
a las fauces de Ammit, muerto por segunda vez, pero satisfecho por haberte
amado.
Yo sé que
quizá sea demasiado exagerado, que me extiendo mucho hablando de cuánto te amo,
pero es que éste es el mejor medio para expresar todo lo que siento. Con la
pluma en mano (que no es pluma sino es teclado), puedo liberarme y expresar lo
que con la boca no siempre fluye, porque las palabras no acuden a mi cabeza en
el momento preciso y mis cuerdas vocales se resisten a cantar las alabanzas que
te mereces. No sé por qué exactamente, pero escribiendo soy el dueño de la
tinta y el papel (que no es papel sino es pantalla y no es tinta sino pixeles).
Aquí puedo evocar nuestras siete comidas especiales, sin contar las otras
decenas de comidas que son igual de especiales, porque a tu lado nada puede ser
menos que especial, nada es común y corriente y todo va más allá de ese mundo
promedio de la gente normal, ese mundo en el que tú y yo no habitamos porque
nuestro amor no podría contenerse en una caja tan pequeña y pobre.
El primer
recuerdo de estas cenas son dos platos de carne en Fridays, un vestido negro
acariciando tu figura, las espléndidas notas de un violín y todo ello coronado
por un bendito “sí”. Aunque indudablemente, esa primera vez fue la más
importante, las siguientes seis también han estado envestidas de magia, belleza
y maravilla, como cada día desde que te conozco. Hay UNO Chicago y El Portal de
las Carnes, Entre Pisco y Nazca y Los Cebollines, la infaltable pizza en casa y
Applebeeas en repetidas veces. Hay regalos y paseos; los primeros los atesoro
como al último lingote de oro sobre la Tierra, desde mis adoradas maripositas
hasta mi hermoso sudadero; los segundos los guardo en mi recuerdo, y en una
cajita de cartón las entradas del cine para tener una apoyo físico y saber que
momentos tan bellos no han sido sólo causa de una enajenada imaginación que
crea maravillas en mi cabeza.
Y de la misma
forma, espero que esta historia que aquí escribo, quede grabada para la
posteridad y que de cuando en cuando tú y yo la leamos, sabiéndonos dichosos de
gozar de un amor tan grande y quizá alguna vez sintiendo lástima por aquellos,
todos ellos, que nunca conocerán un amor como el nuestro.
Esta historia
es una historia que no sabe que es historia. A veces es cuento, a veces poesía,
quizá sea novela, crónica o biografía, a veces no es nada pero siempre lo es
todo. Porque el todo se puede encontrar en lo más sencillo, como en uno de
nuestros besos, o en lo más complejo como en uno de nuestros llantos. A veces
me gusta imaginar que estas páginas se convierten en un hermoso libro
empastado, con una bella portada y descansa sobre los anaqueles de las
librerías, pero realmente el mejor lugar donde pueden estar es tu corazón, en
tu cabeza y en tus ojos, y además en tus manos, en tu habitación, en un pequeño
libreto hecho en casa, que puedas oler y tocar, como debe hacerse con los
libros.
Esto que
estoy haciendo no es realmente un regalo para ti sino para mí, pues me siento
tan feliz escribiéndote, y sé que cuando tenga en mis manos este trabajo
impreso, que seguramente quedará mucho peor de lo que me imagino, porque de
habilidad manual carezco en demasía, me sentiré feliz porque tus manos lo
acariciarán, como tantas veces me han acariciado, y tus ojos lo leerán
ávidamente y no se detendrán sino hasta que las líneas lleguen a su final. No
es un regalo digno para celebrar nuestros primeros ocho meses juntos, pero ¿qué
cosa podría ser digna de un amor tan grande? ¿Cómo celebrar correctamente la
maravilla de nuestro encuentro, sin que dicha celebración quede demasiado
chica?
Yo no sé qué
he hecho para merecer la fortuna de tenerte, pero sí sé que este tiempo junto a
ti ha sido el mejor de mi vida, indiscutiblemente, irremediablemente, sin
poderlo refutar, innegable y sin ninguna duda. Y hoy, de esta forma tan
sencilla te lo digo: ¡TE AMO! y gracias por amarme y hacer que mi vida tenga un
sentido.